Un blog para descubrir el lado humano de la tecnología y la comunicación, su aspecto más importante, aquello que da sentido a todo el derroche de imaginación y creatividad que se esconde tras cada cable, circuito, imagen, palabra o sonido.

miércoles, 23 de mayo de 2012

No es otro mundo


Escuchas a los medios de comunicación, incluso las conversaciones de la gente, y parece que crece la conciencia universal de que Internet está “creando” un universo paralelo, virtual, en el que hay que entrar para no quedarse “fuera de juego”, o de la historia.

Se habla de reglas nuevas, de lenguajes nuevos, de peligros nuevos... Pero si se paran a pensarlo un poco, no es cierto.

Internet no es un mundo aparte. No es otro universo. Internet forma parte de este mundo y sus reglas, para bien o para mal, son las mismas que las de este mundo. Y en el fondo, también lo son sus peligros, logros, y hasta su lenguaje. Lo que es moralmente reprobable en Internet también lo es en la vida real. Y viceversa. Ciertamente, si observamos con detenimiento y profundizamos en su esencia, en Internet “no hay nada nuevo bajo el sol”.

Efectivamente, todo puede ser más rápido, tener un mayor alcance en el corto plazo y costar mucho menos, tanto en esfuerzo como en medios económicos..., pero no es otro mundo.

Internet es otra herramienta. O una combinación de muchas de ellas. Una especie de “navaja suiza” con múltiples filos y utensilios que, en muchos casos, ni llegaremos a usar ni sabremos par qué sirven. Una herramienta. Nada más. ¡Y nada menos!

Así que no piensen en futuros virtuales. Internet no tiene más vida que la que le prestamos sus usuarios. Y cuando nos cansemos de él o encontremos un sustituto mejor, lo apartaremos de nuestras vidas como hemos hecho con tantas cosas e inventos que revolucionaron el mundo a lo largo de la historia. Porque, díganme, ¿alguna vez han llegado a poner un telegrama? O ¿cuánto hace que no escriben una carta y pegan un sello para enviarla? Pues en su día, el correo y el telégrafo revolucionaron la forma de comunicarnos. Y el mundo, de paso...

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