Una amiga me comentaba escandalizada el otro día que al despertar, su hija de 17 años tenía varios cientos de “WhatsApp” sin leer generados durante la noche. ¿Cuánto tiempo tienen que dedicar nuestros hijos —y nosotros mismos— a simplemente leer estos mensajes?
Los datos son brutales. Según un estudio financiado por la Unión Europea —es decir, por todos nosotros— el 21,3% de los adolescentes españoles está en riesgo de desarrollar una adicción a Internet debido al tiempo que dedica a navegar por la Red, frente al 12,7% de media europea. Somos líderes. De hecho, hasta los propios chavales (el 27,8% de los adolescentes españoles) reconocen que el uso de Internet, especialmente de las redes sociales, les lleva al punto de incluso descuidar otras actividades...
Con datos más cercanos, la Asociación Valenciana y Consumidores y Usuarios (Avacu) ha realizado otro estudio sobre “Hábitos y Nuevas Tecnologías”, y ha descubierto que el 61% de los niños y jóvenes valencianos de entre 9 y 14 años dispone de un móvil propio. Y al menos en el 40% de los casos es un smartphone que les permite chatear.
Podemos caer en la tentación de responsabilizar a Internet, al WhatsApp, a las nuevas tecnologías y a una sociedad que nos obliga cada vez más a una mayor conexión y dependencia de estos aparatos...
Pero también podemos mirar un poco más allá y darnos cuenta de que, en el fondo, lo que nuestros hijos buscan desesperadamente en las redes sociales es compañía y afecto. Quizá, la que no encuentran en casa o en sus ambientes físicos normales. Cuestión distinta es si éste es el mejor lugar para rellenar esas carencias.
Ellos no se acercan a la tecnología de la misma manera que nosotros. Para ellos es una prolongación de su mundo. A veces, una válvula de escape. El problema no es la adicción tecnológica. Ése es el síntoma. La enfermedad es otra. Y las causas, también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario